FIDEL
Estaba a unas cuantas cuadras de mi casa, justo en el momento, donde mi cuerpo estaba en automático, de esas que le pongo monedas a mi cabeza como si fuese una rockola, con el único propósito que la música desviara mi cansancio. A lo lejos, de toda expectativa, de toda sorpresa que no conmovía la tragedia que sordeaba a los civiles calcinados en la capital, fue en ese momento, en ese instante de mi vida donde el tiempo no tenia dueño por la noche de luto que guardaban los arboles, donde el pavimento se quedaba callado, y todo apuntaba hacia alguien que salió de la nada de mi pensamiento, y como dos ríos sin cause alguno, se toparon en la vereda…
“Buenas noches”, le respondí, con un gesto poco común que solían hacer la gente educada. Pronto, fue la sinceridad que percibí en su gesto, me había contestado con una sonrisa que en el día completo debió haber mantenido como aliciente al arte de su oficio que el brillo de sus años le había enseñado.
Empezaba aprender a reconocer la trayectoria de los humanos externando un saludo de mano, texturice algo que no estaba en lo cotidiano, algo que no estaba en el esquema de la gente común, algo que, simplemente hablaban sus años de ver crecer a la urbe con el andar de sus pasos, entre calles y avenidas, su nombre, se impregna la alegría que causa el sabor de este arte que con el paso del tiempo me había visto crecer.
“Buenas, joven” con una sonrisa que transpiraba cansancio, me respondió.
Lo identifique por la complexión ermitaña de su cuerpo, no podía ser, no a esta hora de la noche en que nadie sabe de nadie, estaba fuera de servicio, lo mire poco después que agacho su mirada y dar con la sensación que también estaba en automático, pero este no era cualquier piloto, este, sabia por donde caminar, sabia cada paso de silencio que sus tenis y pantalón blanco lograba hacer de mi, esta historia que tiene final en su comienzo y una vida que ni alcanzarían las letras de seguir sus pasos…
(prometo subir su foto)